CARTAS POST CUARENTENA

CARTA 1: Tenía miedo

 
 
Tenía miedo de que me faltases. ¿Cómo iba a encontrarme contigo sin Sagrario? ¿Cómo iba a coger las fuerzas para querer, para estudiar, para hablar bien a mi madre... sin Ti? Pero estás, no me faltas. Te he descubierto dentro. Más dentro que nunca, más íntimo que nunca.
Silencio y un sí. Me gusta hablarte sin ruido. Ni exterior ni interior. Y, por primera vez, te dejado meterte en mi corazón entero. Sin reservas ni partes ocultas. A heridas descubiertas. Y me he metido contigo. Y de lo que he visto, tres cosas quiero pedirte.
Primero: un corazón recto. Amar sin querer gustar, sin querer agradar, sin segundas intenciones. Amor sin curvas, en línea recta. Con la flecha apuntando a otro.
Segundo: un corazón verdadero. Quiero vivir desde dentro, desde lo más hondo, desde lo verdadero. No desde fuera, desde la opinión de otros, desde la apariencia.
Tercero: un corazón confiado. Me había hecho la vida, me había organizado el verano y casi cada día. Y se ha tambaleado. ¡El futuro no es cierto! Vida en presente. Vivo. No sé si viviré. Confiar en ti ahuyenta mi miedo.
Sí. De corazón a Corazón te pido: uno recto, uno verdadero y uno confiado.
 
 

CARTA 2: "si Dios quiere"

 
 
Familia, hoy pensaba que una de las cosas que podemos aprender de esta situación es lo
acertados que estaban nuestros antepasados cuando a cada plan de futuro que contaban
añadían siempre "si Dios quiere".
Cuántos planes de fallas, de fin de semana, de Semana Santa habíamos hecho como si fuesen a
cumplirse como planeábamos. Y aquí estamos, encerrados porque "Dios quiere". A partir de
ahora volveré a usar el "si Dios quiere ".
 
 

CARTA 3: Desierto

 

Muchas horas santas, Misas diarias, compartiriados, revolcadero a tope todas las
semanas y, obviamente, también Vía Crucis los viernes.
Sí, ese era mi plan de Cuaresma unos días atrás, cuando tan solo te recé “Entrar al
desierto con Vos, Jesús”. ¡Pero qué ilusa! ¿No aprendí todavía que hay que tener
cuidado con lo que uno pide? “Contale tus planes y hacelo reír” … ¡cómo te habrás
reído conmigo entonces!
Pensé que mi paso por el desierto, estos 40 días, iba a ser totalmente diferente.
Pensé que se trataba de cosas concretas, en donde iba a verte y encontrarte en lo
visible, en la liturgia, en la Eucaristía, en el prójimo, en la música… Pero no, el
desierto que estamos atravesando juntos es, literalmente, un desierto: en la
soledad, en lo oculto, en lo pequeño.
Me sacaste de la rutina, de los míos, de mis actividades, de mis planes, de todo,
para encontrarte en lo escondido, en este desierto que al principio me pareció que
no tenía nada bueno, nada interesante, que solo estropeaba mis planes, que no
había nada, más que caminar y que pasara rápido.
Pero no. Jesús, perdóname. Otra vez estaba pensando en mí, en lo que yo quería,
en lo que yo planeé. Me olvidé de que no soy dueña de mi historia, que no soy
nada sin tu gracia. Que la Cuaresma no se trata de mí, sino de Vos. Se trata de
encontrarte, seguirte y acompañarte. Me trajiste acá para que nos conozcamos
más, porque me querés mostrar algo, querés que hablemos, que pasemos tiempo
juntos, pero tiempo de calidad, querés que estemos juntos, sin nada que me pueda
distraer.
Y estoy viviendo este tiempo como Vos lo viviste, alejada de todos mis ruidos
externos, para encontrarme conmigo. Jesús, cada día que pasamos juntos en este
desierto, me enseñas algo nuevo, te encuentro en otros lugares que jamás pensé,
nos conocemos mejor y…, ¡rezamos tanto! Qué gracia poder asistir espiritualmente
a Misa todos los días y recibirte en mi casa en las horas santas a través de una
pantalla.
Hablar de planes y silencio… me recuerda a un gran Santo. Hoy quiero hablar de
San José. El primero en vivir todo esto. Afrontó todo lo que Dios le fue poniendo
en el camino, hizo lo necesario para seguir con su plan. Todo lo sufrió en silencio
en su corazón. Dios hizo grandes cosas en él, porque se vació de sí mismo para
entregarse a Dios.
San José,
Quiero velar por la Iglesia.
Quiero tu ternura para cuidar a Jesús.
Quiero enamorarme de María.
Quiero santificarme en mi familia.
Quiero tu obediencia con los planes de Dios.
Quiero tu humildad para reconocer que dependo de Él.
Dame tu fidelidad para los momentos difíciles.
Ayúdame a saber que, en el silencio, Dios se manifiesta de una manera
extraordinaria desbordando todo su Amor.

 

CARTA 4: Carta desde este Santo Encierro

 

Hace un mes miraba con cierta desgana la misma Semana Santa que nos disponíamos a vivir y que ya se aproximaba, esa tan agradable y mundana que disfrutamos los 14 años anteriores: vacaciones de esquí en Pirineos, alojados en una cabaña perdida en la montaña con barbacoa a la que se acercaban, día sí y día también, todos mis amigos ateos con los que coincidimos cada año.
Y mis Semanas Santas se llenaban de muchas horas de servir a todos menos a Dios, que era quien sabía que me estaba llamando y al que yo quería acompañar, pero al que era difícil hacer hueco entre tanto compromiso y atender los deseos vacacionales de mis hijos.
Y así llegábamos al domingo de Resurrección, que transcurríamos metidos en el coche, mandando Whatsapps felicitando la Pascua de Resurrección y oyendo una Misa precipitada y poco disfrutada al llegar a Madrid .
En fin, ¿qué decir? Pues que se quedaba siempre un
poso de tristeza metido entre recuerdos y fotos por haberme perdido andar ese camino al lado de Jesús sufriente.
Hace un mes recé: "Señor, dame una Semana Santa de las de verdad, bien pegadita a ti. No sé cómo hacerlo".

¿Qué decir? Dios siempre me sorprende.
Aquí estoy, dándole gracias sin parar, sabiendo que esta es la Cuaresma que recordaremos toda la vida, queriendo no malgastar ni un segundo de pegarme a Ti Señor.
Cuando dijeron que se cerraban las Iglesias pensé con horror:
“Jesús de nuevo solo en el Huerto de los Olivos“
Pero me equivoqué totalmente y ha tenido que ser Él quien me explicase lo equivocada que estaba.
El martes pasado, rezando los misterios dolorosos del Rosario, sentí que Dios me hablaba en cada misterio. En el Huerto de los Olivos veía la soledad de tantos enfermos solos en las camas de los hospitales, veía la soledad de las familias al abandonar a las puertas de las urgencias a sus familiares sin saber si volverán a verlos.
En la flagelación veía el dolor por la enfermedad y la separación de seres queridos, veía que todos llevamos puesta la Corona de espinas, desgarrados ante tanto dolor a nuestro alrededor, y la Cruz de Cristo: cargándola, unos con más o menos peso, pero todos llevándola. Y, por fin, Jesús me hizo ver que este año todos estaremos en el Gólgota viendo su elevación a la Cruz.

De forma cohibida y con mucho respeto, sintiendo tantísimo dolor que me sobrecoge el alma, doy gracias a Dios por salir de esta manera tan escandalosa a rescatarnos de nuestra dejadez.

Detrás de esa puerta estará Dios abrazando a todos los que se han ido y nuestra obligación es rezar “sin parar”para que se produzca ese abrazo .
La pregunta "¿cómo quiero vivir estos días?" ya está contestada: en continua oración. “Rezar sin parar, rezar sin parar".

 

CARTA 5: Parar para poder seguir 

 

“Tirando. Ahí voy. Estoy agotado. Puedes callarte ya. No puedo más. Ya lo haré. Estoy harto. Así
es la vida. No tengo tiempo de nada. Qué injusto todo. Mierda de políticos. Mejor mañana que
hoy no puedo. Esto es culpa de la sociedad en la que vivimos. Ojalá pudiera. Ahora no. Déjame.
Me voy que llego tarde. Mañana te llamo. No me esperéis para cenar...”
Y de repente, hemos parado todos. A la vez. Por un maldito virus. Ojalá hubiera sido por voluntad
propia. Pero no, ha tenido que ser de esta manera. A nadie nos gusta y está claro que esto solo
acaba de empezar. Pero yo creo que esto es como todo, eso del vaso medio lleno o medio vacío,
y yo prefiero quedarme con el medio lleno, ese al que, ahora mismo, casi no le queda agua.
Piénsalo, ¿cuántas veces necesitamos parar, preguntarnos si estamos haciendo las cosas bien,
reflexionar sobre si este es el camino que queremos para nosotros, si estamos siendo felices o
si quizá deberíamos ir a ver a la abuela más a menudo? Parar para cuidarnos, para escuchar lo
que llevamos dentro, para ver dónde nos gustaría estar dentro de cinco años o si estamos
cuidando lo suficiente a los nuestros. Parar para respirar, para agradecer, para tomar conciencia
o, simplemente, para ver si nos estamos esforzando lo suficiente por conseguir aquello con lo
que tanto habíamos soñado.
Y en vez de eso... seguimos y seguimos, a medio gas casi siempre, cansados, sabiendo que no
estamos siendo la versión de nosotros que podríamos llegar a ser. Y tiramos. Y seguimos
comparándonos, intentando averiguar si voy por delante o por detrás del que tengo a mi lado,
como si eso fuera a hacerme sentir mejor, como si la vida se tratara de una carrera. Y nos
quejamos. Pagamos nuestro cansancio con cualquiera que se nos cruce por el camino. Pensamos
en nosotros y nos olvidamos, casi siempre, de tender la mano.
Y seguimos tirando. Cada vez más, cada vez peor. Desprestigiamos a todo aquel que piense
diferente a nosotros, nos olvidamos de escuchar, no valoramos nada. Y seguimos. Corriendo
cada uno en una dirección, buscando algo que ni siquiera nosotros sabemos.
Y de repente, nos hemos encontrado todos en el mismo sitio. Perdidos, obviamente. Sin saber
a dónde nos dirigía ese camino que tanto perseguíamos y viendo que, sin entender cómo, todos
estamos aquí, ahora. Que, quizá, esa carrera no tenía sentido si la continuábamos solos.
Y es ahora, cuando todos hemos tenido que parar, cuando peor estamos, cuando son nuestras
vidas, las de todos, las que dependen de verdad, cuando está ocurriendo el milagro. Eso que
tanto necesitábamos.

Abro los ojos, y veo a médicos dejándose la piel por cada uno de los enfermos que llegan al
hospital. Veo a cantantes organizando conciertos en el sofá de su casa solo para tratar de
sacarnos una sonrisa. Veo a familias reunidas de nuevo y desempolvando esos juegos de mesa
que tantos buenos momentos nos regalaron. Veo a profesionales de todas las áreas enseñando
aquello que saben hacer a cambio de nada, porque ahora, lo único que importa, por fin, es
cuidarnos los unos a los otros. Pensar en el de mi lado antes que en nosotros mismos, sí, ahora
que quizá ya no es tan importante saber quién iba ganando la carrera.
Veo a jóvenes saliendo al balcón a celebrar la vida, a poetas escribir con el corazón abierto, a
vecinos sonriéndose por primera vez y a todos aplaudiendo en el balcón por una misma causa,
la que nos envuelve a todos: esos médicos valientes que se seguirán jugando la vida para que todo esto, algún día, llegue a su fin.
Veo a personas llamando a aquel amigo que hacía tiempo que le debía su tiempo, a nietas rezar
con sus abuelas para que este virus nos deje en paz. Veo a gente acordándose de sonreír, con
ganas de disfrutar, pensando en lo que hará cuando salga, en eso que, sin este parón,
probablemente jamás hubiera disfrutado tanto. Veo a políticos tratando de ponerse de acuerdo,
a países retomando la palabra y a todos tratando de estar más unidos que nunca.
Y miro por la ventana y me doy cuenta de que vuelve a salir el sol, pero esta vez con más fuerza,
con más luz, con más ganas. Veo a los océanos descansando, a los animales disfrutar de lo que
nosotros destrozamos, a los bosques recuperarse y a nosotros reflexionar. Después de todo,
creo que lo necesitábamos.
Y es que, por fin, esto ya no se trata de derecha o izquierda, de ser hombre o mujer, del Dios al
que le rezamos o si ni siquiera creemos en Dios. Ya no se trata de bandos, ni de tener más o
menos dinero. Esto ya no va de posicionarnos ni tampoco de recriminarnos.
Ahora ya nadie va a ganar la carrera. La vida nos ha devuelto al punto de partida. Y, como
siempre, nos está dando otra oportunidad. Aunque quién sabe si será la última. Así que solo
espero que, cuando todo esto acabe y volvamos a la misma rutina de siempre, pueda decirles
que sí, que me esperen para cenar. Que a partir de ahora, voy a dedicarme a vivir. Y que, quizá,
si vamos juntos, esta vez podamos llegar más lejos. Antes de que nuestro planeta tenga que
volver a darnos otro toque de atención.

 

CARTA 6: Viernes de Dolores

 

No soy muy de exagerar, pero desde el miércoles he pasado muy malos ratos, particularmente toda la noche del jueves. Era como hervir por dentro en medio de un malestar intenso: fuertes dolores de cabeza, el corazón latiendo como una locomotora y los intestinos enroscándose sin pausa. Las dos, las tres, las cuatro de la madrugada. Pero, sobre todo, la incertidumbre. Ya son las cinco. Bien lo sabía, ¡he visto ya tantos casos terribles! Si esta inflamación interior se va a los pulmones me juego acabar en la UVI. En un momento de tregua, serían las seis de la madrugada, me vino a la cabeza el pasaje comentado por el Papa: “¿por qué tienes miedo, es que todavía no tienes fe?”. Siguió la guerra intestina un par de horas, se sentía el amanecer. Nada, no mejoro, “¿por qué tienes miedo?”. A las doce de la mañana me despierta el teléfono. Llamada del hospital: “COVID-19 positivo", noticia esperada. Es Viernes de Dolores, apenas pude comer. A las tres de la tarde caí de nuevo rendido en la cama, otras tres horas de lucha, serpientes, locomotoras, martillazos… y, al cerrar los ojos, un largo pasillo y la sala con los respiradores: “¿es que todavía no tienes fe?”. ¡Venga, arriba! A las siete rezamos un Vía Crucis en Zoom. Jesús se entrega, cae y se levanta. María le consuela y me consuela. Jesús no se detiene, yo no puedo ni abrir los ojos, ni articular palabra. Le suben a la cruz y muere, me siento derrotado. ¿Qué noche me espera Señor? Te acompaño y me acompañas a lo más oscuro.
Me levanto, necesito beber. El agua me sienta bien y súbitamente un convencimiento, ¡estoy curado! Silencio interior y paz. ¿Por qué tuve miedo, por qué me faltó fe? Gracias Señor. Gracias, María, por acompañarme. Tu muerte Jesús me ha devuelto una vez más a la vida.

 

CARTA 7: ¿Para qué?

 
 
La verdad es que todo ha evolucionado muy rápido y todavía estoy intentando situarme en qué está pasando. Parece que vienen momentos difíciles, lo peor de todo es que no sabemos como va a seguir evolucionando todo esto. Ante todo esto se nos presenta un panorama teñido de color gris. Con todo esto me planteo una pregunta ¿Para qué? ¿Para qué tanto sufrimiento de tantas familias? ¿Para qué tanto trabajo que nunca podrá pagarse de todo el personal sanitario? ¿Para qué toda esta situación?
Miro atrás en mi todavía corta vida y veo que todo lo que ha pasado tiene un "para qué" bastante claro. Sin embargo, de aquí me cuesta distinguirlo. Me niego a pensar que todo esto es para nada, que Dios no sea capaz de sacar nada bueno de esto. Sinceramente, creo que por mucho que piense no voy a ser capaz de encontrar una respuesta definitiva. Ahora mismo solo se me viene esto a la cabeza: ¿Y si todo esto no es más que una llamada de Jesús a nuestra puerta? ¿Y si nos hemos “endiosado” tanto que era la única forma que tenía Jesús de despertarnos?
Nos hemos acostumbrado a controlarlo todo, absolutamente todo. Nos hemos creído dueños de todo lo que nos rodea (las enfermedades, los recursos, las personas y, de manera impensable, incluso hasta de la vida). En toda esta mentalidad controladora no hay cabida a los giros inesperados, a las improvisaciones que nos rompen los esquemas. Parece que estamos escribiendo un guión de una película en la que nosotros elegimos los personajes, los escenarios, las conversaciones, y en la que no entra Dios, y si entra lo hace en la forma en la que nosotros queremos. Si quiere entrar Dios en nuestra película tiene que pedírnoslo y cumplir una serie de requisitos (me tiene que dar lo que le pida cuando se lo pida; tiene que pedirme, pero no mucho; yo elijo hasta dónde puedo dar...). Nos hemos creído directores de una película en la que no somos más que meros protagonistas. Hemos olvidado que el director de esta película, que es la vida, es Dios. Él es quien sabe de qué va todo esto, quien ha escrito el guión.
La única respuesta que encuentro a ese “para qué” que formulaba antes es esta: todo esto no es más que una llamada de Dios a la puerta que nos invita a recentrar nuestras vidas, a darnos cuenta que nosotros no controlamos nada, a darnos cuenta de la fragilidad de nuestra naturaleza si Él no esta junto a nosotros.
Como ya he dicho antes se vienen momentos difíciles, sobre todo para todo ese personal sanitario al que le tocan días de trabajo intenso, con riesgo de contagio.
Es por esto que creo que lo mejor es intentar meter en la cabeza ese “Señor tú sabes más”, esa frase de un gran santo que decía: "si Dios cupiese en nuestra cabeza, ¡qué pequeño sería!".
 

 

CARTA 8: Lotería en cuarentena

 
 
Realmente no sé cómo plasmar mi auténtica locura de alegría en esta cuarentena.
Siempre creí tener una formación auténtica, y creo que así era. Mi vida espiritual era medianamente formal y pobre, hasta que por una amiga recibí un mail de invitación a un God Stop y de inmediato me apunté, más que nada por curiosidad. ¡Aquel finde fue alucinante y movió toda la porquería que tenía en mi corazón y jamás me lo hubiera ni imaginado!
¡Soy bastante seca y ni por asomo le hubiera dado besos y abrazos a gente que o no me caían bien o no conocía de nada! Pues desgraciadamente, en mi casa nunca lo hemos tenido, tampoco lo he echado de menos: éramos 13 hermanos, ¡y con ellos tenía más que suficiente!
¡Jamás había oído que Dios nos quiere con locura y que soy la niña de sus ojos! ¡¡Y decidí creérmelo!! ¡He dicho solo "creérmelo"!
En estos últimos dos años he ido acercándome mucho más a Él y frecuentando sacramentos, y mi súplica siempre ha sido: "¡¡por favor Jesús que me sienta querida por Ti!!"
 
El pasado domingo en la Misa online, en plena consagración me puse a llorar y sentí que Dios me daba el abrazo más fuerte que he recibido en mi vida y una paz inmensa.
Por fin, ¡YA SE QUE DIOS ME QUIERE CON VERDADERA LOCURA! ¡QUÉ REGALAZO!
¡¡Qué gozada!! ¡Me ha tocado la lotería! Me levanto cada día pensando como una niña: "esto ya se me fue", ¡pero no!, ya está impreso en mi alma y corazón. ¡Y ahora intentaré luchar para quererlo ciegamente toda mi vida!
 
Gracias, Hakuna, por abrirme el camino.
 
 
 

CARTA 9: Seguir los pasos 

 

Señor, Tú me renuevas en cada instante. Creo en Ti, confío en Ti. Hoy me han
preguntado que quién eres para mí, ¿y que me ha salido del alma? Jesús, tú eres el
amor de mi vida. Sin dudarlo. No me refiero a ese romanticismo ficticio de película,
sino que eres el amor existente en toda mi vida. Todo el amor que recibo de mis
amigos, de mi familia, de los desconocidos, de la belleza de la naturaleza, de los
planes, todos eso que doy… Todo eso eres Tú. Así que hoy confirmo y afirmo que Tú,
Señor, eres el amor de mi vida. Buah, me quedo sin palabras. Es como un subidón. ¡Qué extraño esto que siento! Estoy enamorada de Ti, lo sé. Te amo por encima de todo. Empiezas a ver luz, camino y esperanza. Vives en paz. Pero de repente, todo se oscurece. Llega el momento de la verdad, sientes miedo,
pensamientos oscuros salen desde tu corazón. Sabes que existe la luz, pero no la llegas
a vislumbrar. Las circunstancias te pueden; todo ese mundo que anteriormente
alababa a Dios se queda frío, pequeño y haciéndote la vida imposible. ¿Cómo puedes
tener tanto miedo? Suplicas volver a lo anterior, anhelando esa luz, esa paz.
Y ahí llega el momento de creer. Pero esa fe, que anteriormente aclamabas a los
cuatro vientos, ¿dónde está ahora?
Entonces, te das cuenta de lo hipócrita que eres. Te quedas sin defensas.
¡Qué pequeño eres! ¿Cómo tú que creías tener mucha fe, que hacías mil cosas bien,
en un abrir y cerrar de ojos, sientes miedo? ¿Es aquí cuando se pone a prueba tu fe?
¿Todo lo que has aprendido sobre Dios no ha servido para nada?
Precisamente es momento de gritar: "Señor, yo soy así, aquel que tiene miedo, aquel ser
humano débil e indefenso que necesita de tu ayuda para poder vivir". Aceptas quién
eres realmente.
Pero no recibes respuesta, este miedo no desaparece y no va hacerlo en un segundo.
Sino que tienes que cargar con él, como Jesús hizo en la cruz. El tormento dura un
tiempo. Eres un manojo de confusión y sensaciones que te vienen muy grandes. No
sabes qué sentir; sientes esperanza, pero a la vez un miedo aterrador, sabes que tienes
que amar, pero no vives ese amor. No sabes ya ni que pensar.
Así que decides refugiarte en Él. Ves que tienes que confiar. Ahora solo puedes confiar.
Aférrate a Dios porque Él está contigo, aunque todo esté oscuro alrededor, Él está ahí.
No pienses en qué pasará, ni en qué será. Ahora esa frase que has oído tantas veces,
“me refugio en Ti” cobra sentido. Simplemente cree y espera. Descansa en el miedo, en
ese sufrimiento que no te deja vivir.
Escribiéndolo así, me doy cuenta que parece algo muy negro, una lucha sombría y
desesperada. No obstante, es todo lo contrario. A medida que te abandonas en sus
brazos y confías en Él. A medida que vas aprendiendo a sufrir, desahogando todo lo que llevas dentro. Aceptando quién eres. Te vas sintiendo liberado y, te prometo, que
es ahí, cuando eres feliz.
Aun así, me siento desubicada, confundida y asustada. Me siento agradecida y
bendecida, pero incomprendida. Siento y pienso tantas cosas a la vez que no me creo
capaz de poder contener tanto en mi cabeza. Sí, tengo miedo, pero tengo esperanza y
a la vez fe. Espero con paciencia a que pase el tiempo y que, poco a poco, vaya sanándome.
Me aferro fervientemente a la fe. No obstante, no comprendo, no llego a captarlo.
Siempre he entendido a la primera todo aquello que me han enseñado y siempre he
sabido explicárselo a los demás. Pero me siento decepcionada conmigo misma, ¿cómo
que a la hora de la verdad no he sido capaz de actuar ante ello? Debido a que soy
débil, a que soy simplemente humana, eso me hace ser totalmente quien soy. Ahí ves
lo que es el significado de la humildad, eres capaz de abrir tu corazón.
Así que lo voy a mantener abierto, aunque sea para que puedas entrar en mí. No sé
cómo quitarme esta confusión que está todo el día rondando mi alma, pero acabo de
comprender, acabo de entender. No tengo que quitármela, tengo que aceptarla y
creer. Solamente confío. Sé que todo saldrá bien, todo saldrá acorde a tus planes. Así
que dame la capacidad, ayúdame para ser capaz de mantenerme firme y no
desorientarme. Porque yo desde aquí no puedo hacer nada, simplemente aprender a
ser yo, aprender a sufrir como yo. Y te aseguro, Señor, que creo que siguiendo este
camino estoy empezando a lograrlo. Así que soy toda tuya.
Desde mi propia experiencia, vivo con una esperanza que asusta. Sé que no debo
compararme con el resto, pero observas como la gente realmente no piensa así. Yo ya
estoy gozando del fin de esta cuarentena, de lo que voy a hacer y de cómo voy a
ayudar a aquellos que lo han pasado mal. Por otro lado, la gente no soporta el día a
día, se queja de lo lento que pasa el tiempo y ve como todo alrededor es desastroso.
Por eso señalo la importancia de dar las gracias, continuamente, de todo lo que
tenemos. ¿Quién iba a decir que estaríamos en casa con agua caliente, viendo a todas
horas las películas que queremos y poder trabajar en pijama? ¿Quién nos diría que
tendríamos la opción de abastecernos de comida en estos momentos tan delicados?
Sé que el panorama es negro, pero veo esperanza, veo esa luz de Dios más allá.
En estos tiempos que corren, con una pandemia mundial masacrando la vida de tantas
personas, veo luz, al final del camino. Confío plenamente en Ti y tengo esperanza. No
es un día más de cuarentena, sino un día menos. Nunca había visto el vaso medio
lleno, jamás he sido de esas personas. Sin embargo, aquí en este tiempo he podido
descubrir mi debilidad y he visto la fuerza transformadora de tu misericordia. Solo sé
en quién creo y en quién confío. Y por mucho que me atormente el mundo, seguiré mi
camino, simplemente, abandonándome en Él.

 

CARTA 10: Lavatorio 

 

Gracias por proponer el lavatorio de pies. Haciéndole caso, hemos sacado la guitarra y empezado a cantar a Dios mientras tanto. En un momento dado se ha roto el canto, sobrecogidos. El ambiente se ha impregnado de ternura mientras los padres que Dios nos ha dado lavaban los pies a sus hijos. Era un amor tan puro... Cristo estaba cerca, siempre lo está, pero en ese momento latíamos con la misma certeza de su presencia en el silencio. Cristo siempre nuevo. Gracias por invitarnos a probar su infinita humildad. Todo el misterio de su amor cabía en un simple gesto. Gracias por este regalo, padre.

 

CARTA 11: Vela 

 

Una Vela de verdad, una Vela con el corazón, una Vela con Dios en mi pantalla de ordenador. Una Cruz y una Virgen delante de mí, todos juntos. Esta noche no quiero dejarte solo, esta noche no me quiero quedar dormida. Esta noche quiero estar con Él; con Él, que nunca falla y que siempre está cuando se lo pedimos. Hoy me siento un apóstol, al que le ha dicho "quédate conmigo, ora conmigo", hoy quiero ser uno de ellos, hoy no quiero dormir, hoy solo quiero estar con Él, por una vez que nos lo pide, por una noche que reclama nuestra compañía... Solo Tú sabes lo que me gustaría estar delante de Ti, en ese suelo nuestro, en nuestra habitación con nuestra madre abrazando, entre esas nubes que solo envuelven, en esa habitación que está hecha para Ella y en la que estamos muchos ahora mismo. Hoy mi corazón está ahí con más fuerza que cualquier día de esta cuarentena, con más fuerza que en toda mi vida. Hoy solo tengo ansias de estar contigo, Jesús. Lo que daría por estar delante de un Sagrario, delante de Ti, tratando de consolarte en esta noche tan dura. Consigues que sintamos lástima por Ti, y en el Vía Crucis, nos demuestras que estás entero, en el Vía Crucis nos dices que no lloremos por Ti, que nos preocupemos por nosotros y nuestros hijos. Y es que, ¡qué tonta, Jesús!... si es que sigues siendo Tú quien nos consuela. Esta noche me dejo ir por ti.

Aunque no te lo niego, lo que daría por ver a Josepe, por un abrazo de los suyos y un buen apretón de manos de esos que dicen te quiero, de esos que cargan las pilas. Pero a él y a todos. ¡Uf!, qué ganas de volver a casa, de ver a la familia de nuevo, de cantar todos juntos, en vivo y en directo. Gracias por esta familia tan bonita Jesús, nunca me cansaré de decirlo, gracias por Hakuna.

Jesús, no me siento sola, eh, no te preocupes, no te confundas. Aunque me emocione me siento muy llena, y me siento muy querida, y estoy muy feliz y me siento pringada y estoy pringada hasta las trancas... ¡cómo me gusta! No te preocupes por mí, pero cuida mucho a todos los que esta noche están dándose hasta el extremo, a nuestra manera y humanamente, pero dándose como Tú. Y, de paso, te pido por los que sufren, por todos ellos, que te encuentren en su sufrimiento. Ahora que me he puesto pidona, y que son las 2 de la mañana, te pido por mi Revolcadero, que seamos un cachito de cielo.

Es increíble cómo te muestras estos días, cómo nos cuidas a todos en casa, cómo te sentimos, cómo sigues aquí todos los días... Jesús, ¡todos los días! Es que yo flipo.

Jesús mío, sonríe, que hoy no estás solo, que hoy no dormimos, que hoy hay miles de luces en todas partes de España, miles de casas, miles de habitaciones. Jesús, tus apóstoles del siglo XXI estamos contigo, dispuestos a quererte y con el corazón abierto. Que nuestra disposición sea verdadera, que sepamos quererte como te mereces. A veces somos muy tontos y no te valoramos. Cambia eso en mí, cámbialo en todos nosotros. Que cada día que podamos acudir a una iglesia, nos demos cuenta de que estás ahí y que eso es un regalo. Ahora es todo tan claro, lo tengo tan claro... ¿Lo primero que voy a hacer? Pues ir a verte, ir a verte y con cara de resucitada. No somos nada. No soy nada, Jesús, no soy nada sin Ti.

Qué ganas de recorrer tus calles, qué ganas de ir a Tierra Santa, qué ganas de ir a ver tu casa, qué ganas de estar en el Jordán. ¡Ay, Padre mío, cómo nos debes de querer! ¡Cuánto nos debes de querer!

 

CARTA 12: La tierra se toma un descanso

 

El mundo giraba, y yo con él. Los acontecimientos ocurrían, pisándose entre ellos. Yo corría más rápido que las dos agujas que se perseguían continuamente.

Pero un día el mundo paró. No sé muy bien por qué. Dudo que fuera un virus. Nada se movía, calles vacías, tiendas cerradas... No estoy seguro de si los relojes seguían funcionando. Parques tristes por ser abandonados, carreteras eternas y llenas de un color que nunca se vio... Los semáforos dejaron de tener vergüenza y ostentaban sus múltiples colores que nunca se atrevieron a enseñar, los caminos no sabían por dónde ir. Árboles agobiados por no cubrir a nadie; las nubes, cansadas de esperar, decidieron llorar amargamente, llorar en soledad, sin que nadie les acompañe. El sol aún tenía la esperanza de entrar por alguna ventana, pero no le parecía suficiente; la luna presumía orgullosa de ser, por fin, valorada; los animales, libres, todavía se preguntaban si de verdad podrían volver a vivir.

Yo quise seguir girando. Pensaba que mi velocidad era suficiente para hacer al mundo girar. Pronto me cansé de correr, y entendí que nunca me había movido, comprendí que estaba quieto. Reconozco que no tuve elección. No sé si es lo que quise. No quiero cargar con esa culpa. Me había frustrado frenar en seco. Así que decidí volver a correr. Correr dentro de casa, sí, pero huir del hoy por querer llegar al mañana. No podía permitir que aquellas dos agujas me alcanzaran. Aún no.

Era inevitable, tarde o temprano me atraparían y tendría que enfrentarme a ellas. Eran dos, jugaban en desventaja y siempre avanzaban, siempre querían más. Así que decidí asumir la realidad -o la falta de ella- y encarar a los palitos que marcaban el ritmo del mundo. Y para ello solo había una manera: me detuve. Sí, paré, no hice nada. Las agujas pasaron de largo, no pudieron atraparme, y siguieron avanzando. Pero yo no. Yo paré con la Tierra, y dejé al tiempo correr. En ese momento, sin darme cuenta, volví a ser libre. Podía decidir. Incluso podía decidir no decidir.

Por fin entré. Me miré a los ojos y encontré un mundo que no necesitaba girar. Estaba lleno de preguntas que ansiaba contestar, sueños, ilusiones, proyectos que nunca salieron adelante pero que seguían dentro. Había personas, muchas personas que creí haber olvidado, recuerdos que teñían aquel mundo de colores anhelados por cualquier pintor. Había ideas millonarias, habilidades sin desarrollar y talentos que desconocía. Pasé largos ratos, que nunca fueron medidos, observando estas nuevas realidades. Me inspiraba mirando todo lo que podía haber sido y no fue por culpa de un reloj. Caminaba distraído, sin dar un paso, y sin dejar de caminar.

Y, entonces, le vi, detrás de todo, cuando no quedaba nada. Los sueños pasados, los recuerdos superados y las ideas olvidadas en una sombra provocada por la poca luz rebelde que pudo entrar. Era un niño sin edad, con mirada perdida, gesto torcido, apagado. Sus ojos eran grandes protagonistas de su cara. Resultaba curioso percibirle tan seguro y a la vez tan ignorado. No hablaba, quizá no lo necesitara, pero deseaba decir algo. Lo sé... No sé muy bien por qué.

Adueñado del silencio, me miró a los ojos buscando un refugio que no le pude dar.

Y, entonces, lo entendí. Aquel niño era yo.

 

 

CARTA 13:  En silencio

 

Aprovecho para transmitirle unas palabras en estos momentos que estamos viviendo. Yo estoy viviendo en soledad en mi casita, junto a mi parroquia, pero creo que es mi mejor manera de servir hoy al Pueblo de Dios, estando en medio del pueblo, rezando por ellos, celebrando, aunque solo, la Santa Misa.
Es abrumador la cantidad de noticias que te llegan, de artículos, de cosas insignificantes en este momento en el que estamos viviendo, creo que es un tiempo precioso para prepararnos para un encuentro con el Señor, para dejarnos encontrar, para dejar que haga paso por nuestra vida.
Entiendo ahora mi sacerdocio desde el silencio, mirar el interior para dejar que el Señor nos mire y que sane tantas heridas que a veces dejamos a un lado.
 
Es buen momento, y así lo entiendo, de rezar por mi pueblo, por los pueblos que el Señor me ha encomendado por medio de su Iglesia.
Bien es cierto que cuando pongo el Instagram o Facebook veo a tantos compañeros sacerdotes que no paran de enviar mensajes incluso graban o retransmiten sus celebraciones Eucarísticas... Permítame que le comparta que no soy capaz de vivir este tiempo así.
Por el contrario, sé vivir desde el silencio, en medio de mi pueblo, rezando por él, y pidiendo al Señor que me ilumine para llevarlos y para mostrarles a Él, solamente a Él; para trabajar la tierra, para que el Espíritu penetre sus corazones.
Llevo ya desde el viernes pasado solamente saliendo para ir a celebrar la Misa en una capillita que depende de mi parroquia. Es impresionante poder celebrar solo, con tantas intenciones en el corazón y, sobre todo, poder comenzar y ofrecer al Señor todas las intenciones de los pueblos encomendados, tantas almas que me han sido encomendadas. Vienen rostros concretos, matrimonios jóvenes, niños, vienen difuntos, milagros que desde que soy sacerdote han pasado por mí. En el silencio y en la soledad, junto con el Señor, poder celebrar la Eucaristía: el sacrificio que salva, que edifica, que transforma... Es impresionante este tiempo de intimidad con el Señor. En el fondo, soy sacerdote para Él y nada más. Solamente celebrar cada día la Santa Misa rezando por mis pueblos le da el pleno sentido a mi sacerdocio.
Feliz cuaresma y hoy le pedimos a San José que interceda por cada uno de nosotros sabiendo que siempre nuestro peregrinar por este mundo es un paso, porque sabemos y esperamos que el cielo aguarda.
 
Hemos sido salvados en esperanza. Con esa esperanza quisiera vivir este tiempo porque, sin duda, es un tiempo que nos llama a la conversión, nos llama al encuentro con Jesucristo.
 
Un abrazo grande. Muy unidos en la oración y unidos en este milagro de Dios: Hakuna.

 

 

CARTA 14: "Más que confinados, vivimos confiados" 

 
 
 
Gracias. Gracias por demostrarme una vez más que no había visto nada. Menuda la que nos ha venido... Todos confinados en casa. "Yo me quedo en casa", no deja de repetirse por todos lados. Y es que, esta vez, la mejor forma de servir, aunque cueste, es simplemente quedarse en casa. Llevamos semanas de mucho miedo, desinformación... Algo tan habitual como salir a tomarte unas cañas, pasear viendo el mar, ir al monte, irse fuera el finde o sencillamente salir a trabajar, algo tan necesario como comulgar... Todo desde casa. Al principio, parecía el fin del mundo, un caos. Lo pensaba y lloraba. Pero, una vez más, no dejas de sorprendernos. Has entrado de lleno en nuestras casas. Ahora, Señor, te veo a través de una pantalla, a través de algo tan banal como Instagram. Pues bendito Instagram que nos deja rezar a cientos de personas, más unidos que nunca. Nunca había sido tan real el #TODOSPORTODOS. Bendita cuarentena. Y, encima, en Cuaresma, menuda buena preparación para tu Resurrección.
La Revolución también puede ocurrir dentro de cada uno de nuestros hogares. ¡Cuántos artistas están surgiendo estos días! ¡Cómo se estrujan muchos la cabeza para alegrar a los que más lo necesitan! Más que confinados, vivimos confiados. Gracias, Señor, por obligarme a parar, que ya sabes que me cuesta. G
racias por unirme más a mi familia y por demostrarme que he venido al mundo a amar hasta la locura como Tú hiciste. La medida sin medida. Aunque ahora tengamos que poner medidas a todo: medidas de confinamiento, medidas de higiene, etc., no nos olvidemos de la medida sin medida del Amor. Esta pandemia no va a poder con nosotros, vamos a salir más fuertes que nunca y valorando cada maravilla que se nos presenta cada día de nuestra vida. Nuestra fuerza es la confianza y la esperanza. Madre, acompaña a los sanitarios que están dando su vida, a los enfermos, a los difuntos y a sus familiares. No les sueltes de la mano.
¡Gracias una vez más a tu Hijo que da la Vida!
 

 

CARTA 15: Todos por todos 

 

Estas tres palabras nos cambiaron la vida y durante esta cuarentena más.
El mensaje más optimista, esperanzador y alegre, que todo el mundo esperamos leer cada mañana en esos grupos de Whatsapp: "Estamos todos bien. Un día menos"
Esos momentos de las 20:00, en los que estamos conociendo a nuestros vecinos y nos unimos todos juntos para ese aplauso masivo, por todos esos héroes anónimos, que lo están dando todo...
Me niego a pensar en un Dios malo que ha creado todo esto y mucho menos pensar "Dios, es que no te importamos". Creo en un Dios increíble y creo que gracias a estos momentos nos uniremos muchísimo más a Él, nos hará valorar cada Eucaristía, cada comunión, cada confesión... Nos unirá muchísimo a nuestras familias, estemos o no estemos bajo el mismo techo, pero preocupándonos por todos cada día; nos unirá a nuestros amigos, con los que a veces, sin querer, vamos muy rápido: solo queremos hacer y hacer e improvisamos planes, vivimos experiencias... Pero en estos momentos te encantaría estar de copas con ellos, sin prisas, sin improvisaciones, solo estar, abrazar, besar....
Aprovechemos estos días para aprender a querer de otra manera, a querer con distancias, a echar de menos, porque existirán más videollamadas que abrazos. Aprovechemos para aprender a rezar sin horarios, abandonándonos en Dios, a disfrutar cocinando, limpiando, estudiando, haciendo un poco de deporte...

Saldremos de esta siendo más humanos y siendo menos individualistas porque aquí estamos para luchar TODOS POR TODOS.

 

CARTA 16: Cristo en persona

 

Es un gran día:
¡Hoy ha venido Cristo en persona! Ha venido a casa por primera vez... ¡a mi casa! (Aunque también lo es el estudio... jejeje) Pero qué regalazo, hemos comulgado por tantísimos que no pueden... Mi casa se ha convertido en un templo con 5 sagrarios. No soy digno de que entres en mi casa... ¡y va y entra! Casi ni me lo esperaba... Qué verdad más grande es la de que Cristo quiere quedarse y hace amago de continuar su camino pero está deseando que le digan "quédate" para hacer morada en nuestra vida. Y su promesa: "estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"..., ¡se hace escandalosamente palpable! Después de recibir su perdón y su Cuerpo sacramental se quedará, espero que para no irse nunca.

 

CARTA 17: Después de 44 días

 

Hoy, tercer domingo de Pascua, he salido por primera vez de casa después de 44 días. En estos días de confinamiento he podido vivir y muy a gusto, quedándome en casa dejando que fueran otro los que iban a la compra, a la farmacia u otro. Por miedo, por pereza o por respeto, no he salido más allá del contenedor que hay en la puerta para sacar la basura. Pero hoy sí, y lo he hecho para asistir a Misa en directo, en una iglesia, como lo hacíamos siempre. Esta vez no ha sido en pantalla y sentado en el sofá. Ha sido en banco de madera y celebrando la Eucaristía con gente desconocida alrededor, como “siempre”, como antes. Hoy, después de 44 días, he vuelto a recibir a Dios sacramentalmente y ha sido un regalazo, una auténtica pasada. Pero más allá de darme cuenta de lo acostumbrados que estábamos a semejante milagro, he tenido una reflexión que quería compartir.

Hoy he comprendido realmente lo que muchas veces he oído y asentido sin darle mucha importancia: “la Iglesia es Cuerpo Vivo de Jesús resucitado.”
En mi cabeza, veía la Iglesia bajo dos prismas;
Por un lado veía la Iglesia comunidad, las personas, el grupo que formamos los miembros que compartimos una misma fe. Aquellos desconocidos de los que hablaba antes, son “menos” desconocidos por celebrar la misma Eucaristía que yo, y así lo sentimos. Lo mismo que nos pasa en Hakuna al conocer miembros de otras ciudades, sin conocernos, nos sentimos “hermanados”. Ese era un prisma.
El otro prisma, era de la Iglesia como institución u organización: la jerarquía, el clero, las catedrales y las ornamentaciones. Una parte necesaria para su desarrollo, orden y guía, pero a menudo menos cercana o menos identificada conmigo, incluso en cierto modo poco entendida en el que la cantidad de símbolos, de “oro”, de riquezas y de edificios impresionantes me creaba un cierto “rechazo” interno y me alejaba de entender esa Iglesia como Cuerpo de Dios resucitado.

Hoy, al vernos manteniendo la separación de 2 metros, al portar la mascarilla y los guantes, al ver que la gente se miraba con cierto desconcierto, no he percibido esa Iglesia comunidad, ese “estar entre hermanos”. Pero, en cambio, al haber disfrutado tanto de la Misa, al haberme reencontrado sacramentalmente con Jesús, he reconocido, un poco como los discípulos de Emaús cuando partió el Pan, a Jesús en la Eucaristía celebrada, en la Iglesia que desde hace 2000 años parte el pan y hace que Él se haga presente. He visto cómo Dios se sirve de su Cuerpo Vivo, su Iglesia, para volverse a aparecer Resucitado. He entendido que toda la grandeza, la riqueza, la ornamentación es una consecuencia artística de esta revelación; que como hombres, habiendo entendido esto, ¿cómo no vamos a emplear nuestros dones en darle a ese Cuerpo Vivo lo mejor que tengamos, lo mejor que sepamos hacer? ¿Cómo no vamos a cuidar los detalles y a organizarnos como debe ser? Me refiero a que siempre había visto a la institución de la Iglesia como potencia en patrimonio cultural, artístico y arquitectónico, donde los símbolos, las reliquias, las estatuas, los cuadros y los edificios me resultaban contradictorios con la vida que llevarían los apóstoles como fundadores de la Iglesia. Pero claro, si yo hubiese tenido el encargo que tuvo Bramante para planear la arquitectura de la basílica De San Pedro y habiendo interiorizado esa Iglesia Viva como Cuerpo de Cristo Vivo, también habría puesto mi empeño en hacer de esta la mayor obra posible, pero como consecuencia de ese entendimiento.

Escribiendo esto último lo veo tan obvio que me da hasta vergüenza haber tardado tanto en darme cuenta.. pero aún así quería compartirlo. Gracias a todos, por todo.

 

CARTA 18: Emaús

 

No ha hecho falta andar 11 kilómetros desde Jerusalén, tan solo un par de ellos y en coche, eso sí, con mascarilla y cada uno en una fila del coche y, después de 43 días en casa, Tú has salido a nuestro encuentro.

En este tiempo pensábamos: "eres el único que no se ha enterado de esta pandemia, que no la has evitado, no te has enterado de nuestro sufrimiento", pero éramos nosotros que los que seguíamos ensimismados en nosotros mismos. Nos hemos pasado este tiempo centrados y obsesionados en si el virus, si el gobierno, si se contagia, si... Encima, cuando Tú nos preguntas, te decimos que eres el forastero, tantas veces que te hemos hecho forastero de nuestras vidas: forastero, extranjero, extraño, intruso. Nos creemos el centro del mundo del que debemos controlar todo, del mundo del que te dejamos fuera.

Cuando nos preguntas, te contamos que otros creyeron, te reconocemos que esperábamos a otro, alguien que nos liberara. Pero, ¿sabemos qué es realmente liberarnos?¿Reconocemos nuestras cadenas para saber cuál es nuestra liberación?

En todo este tiempo encerrados nos has ido contando las Escrituras y no te hemos reconocido. Seguíamos las Misas en YouTube, las Horas Santas..., y ardía nuestro corazón, pero no te reconocíamos. Entonces, has hecho ademán de seguir para que tuviéramos el deseo de que te quedaras con nosotros.

Hoy, por fin, en esta Misa, te hemos reconocido al partir el Pan. ¡Tantas Misas oídas, tan acostumbrados a que estés al lado, que no te reconocíamos! ¡Tan metidos en nuestro mundo, que no sentíamos tu presencia! ¡Cuánto necesitamos no tenerte para tenerte y reconocerte! ¡Cuán real eres y qué cerca estás! Pero ¡que insensible somos! ¡Cómo nos abrazas en cada Comunión y no reconocemos lo extraordinario que es! Haz que se nos abran los ojos, y sobre todo el corazón, que lo tenemos tan entumecido.

Hoy hemos sido los 2 de Emaús, te nos has aparecido e, igual que hacemos uno, Tú sales a nuestro encuentro haciendo este matrimonio de tres. Haz arder nuestro corazón, haz que te reconozcamos. Gracias, Señor. Gracias por habernos traído hoy aquí, y gracias porque hace muchos años hiciste que eligiéramos esta lectura el día de nuestra boda. Creo que ya entonces nos estaba preparando el regalo de hoy.

 

CARTA 19:  Solo el día de hoy

 

Quiero empezar dando gracias a Dios por todo.

No sé a vosotros, pero a mí se me han abierto los ojos en esta cuarentena. Un dolor moral de una persona cercana, ver el sufrimiento ajeno, tanta soledad, la incertidumbre, ¿a quién he de mirar ahora? ¿Dónde he de buscar? En Ti he encontrado todas las respuestas. Solo pides algo de confianza (ni siquiera mucha).

Hablo de mi vida. Me doy cuenta de que en etapas pasadas de movimiento y viajes, de quedar con gente, de ir y venir, de no parar, he vivido una falsa libertad. No todo era superficial, yo iba a Misa a diario, hacía obras buenas y rezaba, pero... y qué si el corazón estaba encogido y sin poder amar.

Primeros días de confinamiento: todo ok, esto acaba la semana que viene, no problem. Unos días diferentes. Día 8 de confinamiento: parece que esto ya va en serio, y empiezo a ver, a verme a mí misma, a ver a los demás, a valorar todo eso que tengo y a sentirme muy afortunada, me doy cuenta de todas las veces que no he estado a la altura.

De repente, empiezo a pensar en el mañana, en la próxima semana, en la Semana Santa...y no entiendo nada. Además, me doy cuenta de que todo esto de hacer mis planes no sirve de nada. Me paro un segundo y descubro que hay que confiar. De repente, paz: todo es fácil, lo que antes podría ser angustia ahora puede llegar a ser descanso. Comienzo a abrirme, y Tú, una vez más, con un solo detalle, cambias todo. Aquello que experimenté en un viaje a Grecia hace 4 años lo haces presente hoy, me vuelves a llenar y a decirme que me quieres.

Ya no es lo de antes, ahora valoro cada segundo, disfruto del hoy, vivo el presente y lo hago pese a las dificultades, porque eso que antes evitaba a todas horas, ahora se convierte en motivo de unión contigo. Toda ocasión es motivo de agradecimiento y posibilidad de darme. No quiero que se me olvide nunca nada de lo que ha pasado, no quiero salir y seguir igual, ahora quiero vivir así y contagiarlo. Solo haces falta Tú.

 

 

¿Te has quedado con ganas de más? ¡No te preocupes!

¡Iremos actualizando con nuevas cartas cada día!