El 31 de mayo celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y, como es una fiesta tan importante, la preparamos con 10 días de antelación, en los que le pedimos que venga con especial fuerza. Esto es el decenario al Espíritu Santo.
 

GUÍA


1. Por la señal...
2. 
Oración Inicial
4. Lectura del día
5. Oración Final

 

Oración Inicial


Espíritu, lléname, poséeme, dame tu luz y fuerza para vivir en toda su grandeza mi condición de cristiano: que, movido y transformado por ti, sea otro Cristo hoy, aquí y ahora.
Que, como los primeros cristianos, sepa pegar fuego, quemar, dar sabor, arrastrar a los demás hacia ti, llevar por el mundo tu amor y tu paz; o mejor, que todo eso lo hagas tú en mí y conmigo.
Que sea solidario, sincero, alegre, trabajador, leal, libre, generoso; y que, cuando haga falta, sepa enfrentarme con las cosas del mundo que no te agradan, sin miedo a parecer un loco a los ojos de los demás.
Quiero estar absolutamente contagiado de tu locura. María, llena de gracia, buena esposa del Espíritu Santo, haz que este decenario me convierta; ayúdame a quitar los obstáculos para que el Espíritu me divinice.

Amén.

DÍA 1: 22 MAYO

1. La fuerza del Espíritu

Supongo que habrás estado alguna vez en un zoológico. Recuerdo la ocasión en que viajé con un grupo de adolescentes bilbaínos a una gran capital. Una visita obligada era al zoológico: íbamos a ver leones, algún leopardo, incluso algún búfalo. Era la primera vez que se enfrentarían a esos animales, de los que sabían algo por reportajes de televisión y alguna que otra película.

Nuestro chasco fue formidable cuando, en lugar de encontrar fieros animales, nos encontramos en un sitio que tenía más de granja que de otra cosa. El búfalo apenas se mantenía en pie; el león se movió… pero su rostro transmitía sólo aburrimiento, mientras sus músculos colgaban como pellejos que bailaban al son de sus perezosos pasos; el leopardo daba pena en un sin parar de bostezos. Les provocamos tratando de despertar su fiereza… y nada: ni las piedras que les lanzaban les hacía reaccionar.

Leones tristes, tigres vagos, búfalos asustadizos... El espectáculo que daban era un poco triste.

¡Un búfalo! Ese animal bravo que habíamos visto alguna vez en la televisión, de potencia y poderío grande, temido por su corpulencia y velocidad... se encontraba allí aburrido, indiferente y tristón, impotente, sin el instinto y valentía propias de su raza; daría la impresión de que si lo sueltan de nuevo en la selva... un simple castor podría asustarlo. Pienso que un cristiano sin el Espíritu vivo en él se asemeja a un búfalo «de zoológico». Es cierto. Junto a las miserias personales propias de su condición de hombre, lo propio del cristiano es una gran fuerza interior, poderío, ánimo grande, valentía y audacia, decisión y santa imprudencia. El cristiano es por su propia naturaleza lanzado hacia lo que vale la pena; ama y se entrega a Dios y a los demás, sin perder tiempo en calcular riesgos y ventajas personales.

Es propio de un cristiano aspirar a los bienes más altos (la santidad, el llegar a ser otro Cristo) y quemar, hacer que se queme lo seco que se encuentra a su alrededor. Y todo esto no por ser hombre, sino porque con el Espíritu de Dios actuando en él es un hombre divinizado. Por esto es frecuente hablar de la fuerza del Espíritu Santo: nos hace seguidores y apóstoles valientes de Cristo. Mira y examina cuál es tu situación. Hay veces que propones a un cristiano misiones de apostolado o metas de trato con Dios, o exigencias de la fe, y parece que se arrugan y sienten miedo: cualquier cosa les parece demasiado. Y quien lo propone lo propone sinceramente, porque lo ve así: fácil y posible; es porque el Espíritu Santo actúa en él. Y quien al oírlo siente miedo y vértigo también lo siente sinceramente así: difícil e imposible; el Espíritu no actúa en él. Igual que el búfalo del zoo, sentiría sinceramente miedo ante un castor.

Juan Pablo II, cuando escucha que ser cristiano, vivir la moral como la Iglesia enseña, es difícil para el hombre de hoy, suele preguntar: pero... de qué hombre estamos hablando, ¿del hombre caído por el pecado o del hombre redimido por Cristo, con la vida del Espíritu empujando y actuando en él?

Por eso dice la Escritura: ... pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo. Salmo 91

Gracias, Espíritu, porque sin darme cuenta y sin saberlo, eres tú quien me mueve continuamente. Ahora entiendo por qué dice la Escritura que nadie puede ni siquiera decir «Señor, Señor» sin la ayuda del Espíritu. Gracias por todas las veces que me has ayudado y empujado a rezar o a hacer las cosas bien. ¡Empújame más fuerte y más veces! Y a partir de ahora, cuando rece, procuraré ver a Dios Padre delante de mí, a Dios Hijo a mi lado y a ti, Espíritu Santo, dentro de mí empujándome. Espíritu de fortaleza, poséeme totalmente, y dame la fuerza de un búfalo. Gracias de nuevo. Sí: ¡la fuerza de un búfalo!

DÍA 2: 23 MAYO

2. Dios en mí y yo en Dios

En demasiadas ocasiones uno se encuentra con gente que pide a Dios cosas, como si se tratase de regalos que Dios pudiese coger de un gran armario y entregárselos a quien se los pide. Se le suplica que dé paz, fortaleza, felicidad, alegría, poder, vida eterna... Pero debemos entender que Dios no tiene un armario con esas «cosas» para regalar, sino que esas cosas están en Él, en Dios: Dios sería, en todo caso, el armario. Y sólo quien entra en el armario puede obtenerlas; sólo a quien se mete en Dios puede entregárselas. Alguien podrá decir ¡comparar a Dios con un armario... no parece muy exacto! La verdad es que tendría razón quien objetase de ese modo. Pero sí sirve en cuanto que es en Dios donde se encuentra todo bien, y donde yo, que busco bienes, tengo que meterme para encontrarlos. Pero mucho mejor es la imagen evangélica de la fuente de agua viva. Dios es como una de esas fuentes, como uno de esos torrentes de los que fluye un chorro imponente de agua clara; agua que es siempre nueva y distinta. Dios es acto, vida: agua viva que va del Padre al Hijo, y del Hijo al Padre. Y esa agua sería, siguiendo la imagen, el Espíritu Santo. Quien quiere los bienes de Dios tiene que meterse en esa fuente y ser salpicado, bañado o inundado de esa agua.

¿Y qué es eso de meterse en Dios? Dios crea al hombre, y éste tiene una vida que podría- mos llamar natural o biológica. Los ideales en esta vida —a lo que se tiende, por lo que se lucha— son por pasar la vida lo menos mal que se pueda. Recuerdo un chico a quien pregunté qué le gustaría si pudiese elegir; le pedía que expresase su mayor deseo. Me respondió con entusiasmo indescriptible y sin pensárselo ni un segundo: —¡Ir a un buen restaurante y... bufé libre!

A otro chaval le preguntaba qué quería ser de mayor, y como quien lo tiene bien pensado me contestaba: —Como mi abuelo: ¡jubilado! A ese nivel, más o menos, se mueve esta vida que hemos llamado natural.

Pero Dios ofrece al hombre la posibilidad de «nacer de nuevo», y nacer así a una vida sobrenatural. Esta vida sobrenatural es muy difícil de explicar. Jesucristo dice que empieza por creer en Él: por aceptarle; empieza por aceptar vivir con Dios y vivirla cumpliendo lo que Él dice. Pero ese vivir con Dios no es una frase, sino un hecho. Dios vive en mi interior, Dios se mete en mí («mi Padre y Yo haremos morada en él» xxx), o lo que es lo mismo: yo me meto en él. Y entonces Dios y yo vivimos mi vida: entiendo más como él entiende, veo las cosas como él, siento más como él, quiero más lo que él quiere, tengo la fuerza de él... Y así, estando Dios metido en mí, o yo metido en Dios... voy siendo otro Cristo. He nacido a una nueva vida, que es la de Espíritu. Éste es un gran misterio, pero a lo largo de este decenario irás entendiendo algo más.

Por eso dice la Escritura: Quien no vuelva a nacer del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los Cielos. Juan 3, 5

 Espíritu Santo, quiero vivir en ti. Gracias por con- cederme la posibilidad de tener una vida divina, de participar de la vida de Cristo. Quiero nacer de nuevo, y que la vida sobrenatural sea cada vez mayor en mí. Para eso trataré de frecuentar más los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión; y cuidaré la oración y la mortificación. Ya me doy más cuenta de que tú puedes concederme tus cosas en la medida en que vivo en ti. Gracias. Santa María, llena de gracia, ruega por nosotros.

DÍA 3: 24 MAYO

3. El Espíritu en mí

Dicen, no lo sé, que ser «surfer» no es sólo hacer surf, sino que es un estilo de vida, una forma de verla y afrontarla: hablaríamos del espíritu surfer. Igual ocurre con los «hippies», los «punkis» y otros grupos. Pero ese algo, ese espíritu en el que coinciden, no existe como tal: en ningún lado puedo encontrar yo el espíritu surfer. Los cristianos somos muy diferentes a esos grupos. Porque el espíritu cristiano sí que existe él solo: es el Espíritu Santo. Existe y es una Persona y es sólo uno: el mismo en Cristo que en mí. Y él es el que me hace como Cristo… e incluso el mismo Cristo: porque tenemos ese único Espíritu los dos (Jesús plenamente y yo en la medida en que le dejo transformarme).

Y esa Persona está dentro de cada cristiano en gracia de Dios, en cada bautizado que le acepta y no le rechaza por el pecado mortal. La Persona del Espíritu Santo actúa con cada cristiano. Es, y no querría ser irreverente, como cuando una mujer está en estado, esperan- do un hijo: tiene otra persona dentro. Pero esta comparación se queda corta: porque la criatura en el seno de su madre no le influye; vive cada una su vida, pero una dentro de la otra. Sin embargo, la Persona del Espíritu Divino vive dentro de mí, pero vive mi vida conmigo: continuamente me fortalece, me mueve la voluntad, me aclara la cabeza...

Por eso, leer un libro de Marx, Gandhi o Nietzsche y tratar de vivir lo que allí me aconsejan, es muy distinto a leer el Evangelio y tratar de vivir lo que allí me aconseja Dios. Por- que en este caso, eso que leo y quiero seguir, lo trataré de vivir empujado por el Espíritu; y no sólo empujado, sino que Él lo irá haciendo en mí (si le dejo).

Por eso dice la Escritura: No hay más que un solo Espíritu. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? Efesios 4, 4 y 1 Corintios 6, 19

 

Santo Espíritu, que me dé cuenta de esta gran verdad. Ya no iré por la vida solo; ni me asustará nada, porque tú eres Dios, que todo lo puedes, y tú te encargarás de ir haciendo realidad lo que me pides. Me haré a la idea de que la vida es como un partido de tenis, de dobles: la pareja somos tú y yo, y tú llegas a todas a las que yo no llego. Gracias. Y eso sí: te pido con todas mis fuerzas que me ayudes para vivir siempre en gracia, cada día con más presencia de tu Persona en mí: quiero ser un goloso de tu gracia. Santa María, llena de gracia, Esposa del Espíritu de Dios, que le deje obrar en mí como tú le dejaste: que siempre le diga «Sí».

DÍA 4: 25 MAYO

4. El santo es el lleno del Espíritu

«Llena eres de gracia», le dijo el Ángel a María. Eso es la santidad: recibir al Espíritu y estar lleno de él. Me decía un buen chaval de 16 años, en un momento de bajón y desánimo importante: —Llevo varios meses intentando ser santo y luchando por amar a Dios (le conocía bien y eso era cierto), pero me he dado cuenta de que casi no le amo, y eso que se lo pido y me esfuerzo.Y al pensar él mismo en su propio comportamiento, en sus ofensas a Dios… en lo poco que Dios era capaz de moverle, concluía: —Yo creo que, en el fondo, no quiero.

Tuve que decirle que, aunque de momento no se notase en su vida concreta, él sí quería a Dios, porque quería quererle. Lo que ocurría es que amaba poco a Dios, pero que le amaba todo lo que podía; y Dios le ayudaba, también, todo lo que podía. Y se quedó muy animado cuando se lo expliqué con este ejemplo: Si yo voy a Dios con un vaso lleno de agua y le pido que me lo llene de Coca-Cola, Dios me dirá con una gran lógica: —Pero si lo tienes con agua ¿cómo te lo voy a llenar de Coca-Cola?

Yo puedo insistirle otra vez en que me lo llene de Coca-Cola, pero él podría echarme como mucho un poquito, hasta el borde, pero no más. —¡Pues vacíalo de agua! Si no lo vacías, no puedo hacer nada —le diría.

Y es verdad: es un problema de física. Dios no puede hacer un imposible. Si quiero que el vaso de mi corazón se llene de su amor, y   al mismo tiempo se lo presento lleno de amor a mí mismo y a mis cosas, él no puede hacer nada. No debemos desanimarnos: amamos a Dios todo lo que podemos, lo que ocurre es que a veces podemos poco.

Ser santo consiste en ir vaciándome de mí mismo, y en esa misma medida él va llenando mi vaso del Espíritu Santo. ¿Y cómo se vacía uno de sí mismo? Pues de dos maneras: primero, achicando agua.

Cuando vas en un bote de remos y se ha metido agua en el interior, se coge algún cubo o recipiente y se va achicando el agua, poco a poco, cubo a cubo. Poco a poco, detalle a detalle, achicar el yo: con sacrificios, dejando algunos caprichos, no haciendo caso al que me apetece... Y segundo: metiendo con esfuerzo otras cosas en mí: a Dios y a los demás, de modo que por presión saldrá el yo; pensar en los demás, hablar de lo que les gusta, hacer favores, pensar en Dios, concretarme momentos en los que tratarle...

Por eso dice la Escritura: Recibid el Espíritu Santo. Juan 20, 22

 y para recibirle, hay que hacerle sitio.

Ven, Espíritu Santo, a mí. Poco a poco procuraré ir achicando el agua de mi amor propio para estar cada vez más lleno de ti. Está claro: o tú o yo; y quiero que vivas tú en mí. Madre mía, tú estabas llena de gracia: así quiero vivir yo, con tu ayuda. (Puedes comentarle alguna de las cosas en las que se vea que hay mucho amor a ti y hacer algún propósito concreto de algo en lo que morir a tu yo dictador o egoísta.)

DÍA 5: 26 MAYO

5. El Espíritu y sus clases particulares

Imagínate que los primeros días de colegio, en el primer curso, con tus seis años, el profesor te hubiese dicho todo lo que tenías que aprender en tu vida de estudiante: conocer toda la historia del país y mundial, logaritmos, ecuaciones, música, traducción de latín, ríos, leyes físicas, tablas de valencias y reacciones químicas, raíces cuadradas, redacción... El efecto en los pobres niños podría ser: en los responsables y cumplidores, agobio y sensación de impotencia, de no poder y de desánimo; y en el resto, el resultado sería el de no entender y pasar: «eso no es lo mío, y no me importa; ¡el profesor está loco!, vamos a divertirnos y no le hagamos demasiado »

Sin embargo, todo ese «imposible» de aprender tantas cosas resulta llevadero y extraordinariamente fácil: no tienes más que ir atendiendo, escuchando y dejándote llevar por lo que te explican los profesores día a día. Se empieza haciendo barrotes, luego letras, después palabras... se aprende a leer y a escribir; sumas, restas, fracciones, ecuaciones…; una lección de historia, este problema de física, la segunda declinación de latín, traducir esta frase al inglés... y con muchos pequeños esfuerzos bien dirigidos por el profesor, uno acaba sabiendo todo.

Con frecuencia nos ocurre lo mismo a lo cristianos: nos proponen desde el principio ser santos y ser como Jesucristo —nuestro Mode- lo—, otros Cristos; nos cuentan impresionan- tes historias y anécdotas de santos y mártires. Y pienso que el efecto es el mismo que en los niños de antes:

  1. agobio y sensación de impotencia, de no poder y desánimo, en los que quieren;
  2. y en el resto, la reacción es no entender y pasar: ¡esto no es lo mío y no me importa!

¿Te encuentras en uno de estos grupos? ¿En cuál?

Planteárselo así es un error. Entiéndelo bien. Mi alma, tu alma, es un aula en la que tú eres el único alumno. Y tienes un profesor particular, el Espíritu Santo, que te va explicando en cada momento lo que tienes que hacer. Y va lección a lección: barrotes, una letra, otra, te enseña a leer y escribir... y si le sigues la clase particular, con muchos pequeños esfuerzos, acabas siendo un verdadero santo, acabas siendo el mismo Cristo.

¿Y cuándo da esas lecciones? Quizá pienses que tú no has tenido todavía ninguna clase particular. Y seguro que no es así.

Las lecciones las da cuando Él quiere. Y las da dentro de ti: en tu conciencia. Insinúa que eso lo puedes hacer mejor; en su momento te recuerda un propósito para que lo realices; te da la idea de hacer un favor a un amigo o ayudar en casa en una cosa concreta; hace que se te ocurra hablar con un amigo diciéndole una cosa que le puede ayudar; te advierte que evites una situación que te pueda venir mal; te recuerda que tienes que ponerte a estudiar o no interrumpir el trabajo porque no está terminado; te recuerda que te peines, te limpies los zapatos o dejes ordenado ese libro; te sugiere hacer un sacrificio concreto; te ofrece la posibilidad de entregarle la vida de un modo concreto; te da un toque haciéndote ver que estás dejándote llevar por la soberbia o el amor propio; te grita que lo que haces es egoísmo puro; te da la alegría o satisfacción de haber hecho eso bien; te anima a que seas generoso; te avisa que puedes o debes confesarte ahora...

Ésas son lecciones que da él directamente en el alma. Aparte, da otras muchas lecciones para las que se sirve de instrumentos, de otras personas: el consejo de un familiar, el ejemplo de un conocido, la conversación con un amigo, lo que te dicen en la confesión o en la dirección espiritual, una homilía, algo que lees o que ves por la calle…

Y mira lo que dice el Evangelio: Los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son los verdaderos hijos de Dios. Juan 20, 22

Santo Espíritu, gracias por tus clases particulares. Quiero ser un verdadero santo, pero no me planteo más que hacer lo que hoy me enseñes: tú eres mi profesor. Quiero llevar las lecciones al día, y tú me irás llevando. Como sabes, no voy muy bien de oído del alma: por eso, por favor, grítame tus lecciones y dame tu fuerza para hacer siempre lo que me enseñes. Aparta de mí el agobio o la sensación de no poder: que cada día te diga sí a las lecciones que me des, que cada día haga mis deberes, que lleve las lecciones al día. Gracias.

DÍA 6: 27 MAYO

6. Cómo se abre el aula y cómo se cierra

Pero esa escuela o aula que el Espíritu pone en el alma, de la que hablábamos ayer, tiene sus normas. Francisca J. del Valle era una mujer pobre de un pueblo de Castilla, que trabajaba como costurera; trataba mucho al Espíritu Santo, y escribió cosas sobre él que superaban a la más alta teología. Ella escribe algunas de las normas que rigen en esta peculiar escuela:

1) Este Divino Maestro pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y ardientemente desean tenerle por Maestro.

Fíjate, porque es chocante. La escuela está en el interior mío, pero quien pone la escuela es él; y si él, que es el Maestro, no quiere, yo no puedo entrar en ella. O lo que es lo mismo, está cerrada.

Puedo entrar solamente cuando él me mete; y me mete cuando se lo pido y quiero de ver- dad estar en esa Escuela, cuando quiero que él sea mi Maestro, cuando estoy dispuesto a lle- var las lecciones al día; es decir, cuando quiero ser santo, cuando quiero quererle.

Conclusión: lo primero es querer y pedírselo. No es lo mismo decir quiero, que decir bien, no me importa, venga... ¿Quieres en serio?

2) En esta escuela todo es de practicar lo que enseñan, y si no lo practican, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se abre.

Está claro: si no se le hace caso a lo que va enseñando, se cierra la escuela y ya deja de enseñar. Por eso muchas veces decimos con razón que tal cosa no se me ocurre, no me acuerdo...: quizá sea porque las primeras veces no lo hicimos por pereza y el Espíritu ha cerrado la Escuela. Si éste es tu caso, párate ahora y empéñate en insistirle hasta que te meta en la Escuela y te enseñe como Maestro.

3) El Espíritu-Maestro se da tal arte y maña... para enseñar..., es tan hábil y tan sabio, tan poderoso y sutil, que, sin saber uno cómo, se sien- te todo cambiado al poco tiempo de estar con él en esta escuela.

Por eso no hay agobios: lo importante lo hace él; lo que hago yo es dejarle hacer, poner en práctica esas pequeñas cosas que me dice.   Y sin darme cuenta, sin saber cómo, al cabo del tiempo me sorprendo con cambios grandes que me llenan de felicidad.

4) A los principios calla, tolera, y no castiga; (...) y nunca pide ni exige lo que no.

5) Todo hay que practicarlo desinteresada- mente, si no nuestras obras no tienen mérito. Es decir, no hay que hacer las cosas por mí, por ganar yo, sólo por tranquilizar mi conciencia o estar contento conmigo mismo, sino por él. De esto hablaremos con más detenimiento otro día.

6) Su modo de enseñar no es con la palabra; (...) su modo de enseñar es por medio de una luz clara y hermosa que él pone en el entendimiento (...) Junto con la luz... da como un dardazo a la voluntad, y la voluntad al recibirla se siente toda encendida en amor a su Dios.

Así habla: por un lado, dando luz para entender, para darse cuenta; y por otro, moviendo la voluntad, esto es, despertando ganas o voluntad de querer.

Cuántas veces se oye decir: a mí Dios no me dice nada. Mal asunto entonces: o no sabes cómo habla, o realmente no te habla. Y si no te habla no será porque él no quiera, sino porque no le dejas hablar o no le dejas mandar.

7) Nos dice que hablemos y obremos siempre con sencillez.

Está claro: él es el Espíritu de la Verdad, y no es compatible con los engaños, con las bombas de humo y las estrategias de despiste, con la oscuridad de la insinceridad y la complicación de las dobles intenciones... Siempre con sencillez.

8) Nos exhorta para que seamos exigentes con nosotros mismos (...) y para tener mucha tolerancia con los demás. Interesante, porque lo habitual es lo contrario. Estar matriculados en esta Escuela con posibilidades de éxito exigirá invertir los términos: exigirme a mí, excusar y ser tolerante con los demás.

Por eso dice la Escritura:... el Espíritu Santo, que Dios otorgó a quienes le obedecen. Hechos 5, 32

 Guardaos de contrariar al Espíritu Santo. Efesios 4, 30

 Maestro divino, hoy quiero decirte fundamentalmente qué quiero: quiero seguir estas normas de tu escuela. No me la cierres nunca (puedes repasarlas, hablando con él cada una de estas normas).

DÍA 7: 28 MAYO

7. No pago. Doy porque me da la gana

El Espíritu Santo es el amor con que el Padre quiere al Hijo, y el Hijo quiere al Padre.

Si el Espíritu es amor, sólo puede tenerse, sólo puede habitar él en nosotros, si en nosotros cabe el amor; esto es, si en mí hay amor, si funciona el amor, si mueve el amor, si el motivo por el que hago u omito es el amor... Un ejemplo. Todos los años, cuando llega un mes determinado, hay que pagar a Hacienda, al Estado, con una parte del dinero que yo he ganado. Cualquier persona honrada hace un esfuerzo y no tiene más remedio que dar lo que le corresponde. No puede hacer otra cosa.

Es fácil que un cristiano caiga en esta mentalidad al dar a Dios. Soy cristiano y tengo que hacer unas cosas determinadas, y no hacer otras porque están mal o son pecado. Pero eso no es el cristianismo.

Yo quiero a mi Padre, o quiero quererle. Porque él me quiere y porque me da la gana. ¿Por qué me ama Dios? Por nada, porque nada tengo y nada le puedo dar. Me ama por amarme.

Así le debo amar yo: sólo por amarle. ¡Que no tratemos a Dios por lo que él nos puede dar, sino porque soy su hijo! Que le busquemos porque él me ha querido y por eso me ha creado, porque él se lo merece, por... ¡por él! ¡Y no porque a mí me irá bien!

Si has visto alguna exhibición de delfines amaestrados, cada vez que han hecho un ejercicio les dan pescado para comer. Y saben que si lo hacen bien, comerán; y si no obedecen, no les darán nada. El motivo por el que hacen los ejercicios es claro: por comer, por el interés que tienen por la recompensa… no por el entrenador, ni por agradar a los espectadores, ni por el amor propio de quedar bien: lo hacen por comer, por su provecho e interés personal.

Para ser santo es clave hacer las cosas, no por el interés personal que sea (ser mejor, ser bueno, ser feliz, tener virtudes, quedar mejor, que me hagan caso, tener la conciencia tranquila, contentar a otra persona, ni siquiera por ganar el Cielo), sino con desinterés personal: sólo porque tengo interés en amar a Dios, en que él esté a gusto y contento con este hijo suyo que soy yo, por alabarle, por agradecerle lo que ha hecho por mí, para que cuente con- migo como su instrumento...

Esto no es fácil, y al principio imposible; pero Dios lo regala al que quiere actuar con estos motivos. A la vez, no debes preocuparte si te das cuenta de que no haces las cosas sólo por amor a Dios. Todos tenemos unas pasiones y, sobre todo, un amor propio desmedido que lleva a que naturalmente las cosas las hagamos por motivos distintos al amor. Pero cuando el Espíritu va adueñándose de nosotros y va actuando él, las cosas las vamos haciendo por amor (él es el amor).

Hasta que llegue ese momento, lo que sí podemos es desearlo. Cada vez que te des cuenta de que haces algo de manera interesada, no te preocupes; dile al Señor: esto lo he hecho por mí; pero quisiera haberlo hecho por ti. Y ya has rectificado. A Dios le basta esto.

Por eso dice la Escritura: Y porque vosotros sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. 1 Corintios 6, 19

 

Ven, Espíritu Santo, y así amaré a Dios y a los demás con tu amor. Yo iré rectificando cada vez que me dé cuenta de haber actuado por capricho, vanidad o egoísmo. Pero date prisa tú en llenarme más, y en hacerme obrar por verdadero amor. Gracias.

DÍA 8: 29 MAYO

8. El Espíritu y las grandes pruebas

Cuando uno se decide a ser santo, Satanás (que existe, como existen los ángeles: él es un ángel) prepara algunas guerras, batallas o pruebas para tumbarnos. Te escribo la de Francisca del Valle, más o menos con sus palabras. Le pasó cuando tenía unos 16 años.

«Se propone Satanás arrancar de nosotros las tres virtudes teologales», cuenta ella. «Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe porque es la fe el fundamento donde se levanta toda la vida espiritual.
Dios entonces calla; no le impide su intento. Y también Dios tiene con esto sus fines: que salgamos nosotros vencedores y quedemos invencibles en el futuro.

Lo primero que echamos de menos es la luz clara que nos había dado Dios para conocer la verdad. La escuela se cierra. ¡Pobre alma! Quiere buscar a Dios, y no sabe. Le quiere llamar, y no puede articular palabra. Todo se le ha olvidado; con tan profunda pena, se siente sola, sin compañía ninguna.

¿A qué compararé yo esta situación? A esas noches de verano, en que se levantan de repente esos nublados tan fuertes y horribles, que por oscuridad nada se ve, sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando, aires huracanados...

El alma se encuentra con una gran pena, porque no sabe qué hizo para perder tan pron- to a su Dios y la fe que en él tenía.
En esta tristeza y soledad, se acuerda de la Iglesia allá lejos y como una cosa que soñó. Y con el alma casi sin voz, y tartamudeando, atina a decir: me uno a las enseñanzas de mi madre la Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más.

Y sin poder decir más ni hablar, ni entender, así pasé meses y meses hasta pasados dos años. Tenía 18 años cuando me ocurrió esto. Y de la misma manera que “me metieron” en esa oscuridad, también ahora vi que “me sacaron” de ella. Y cuando lloraba la pérdida de mi fe, me vi vestida de ella. De tal forma que, si por un imposible, hasta la cabeza de la Iglesia dijera que no había Dios, yo le diría: existe Dios, y en testimonio de mi fe, despedácenme, pues hambre tengo de verle.

Dios mío, ¿por dónde me llevaste, para dar- me lo que me diste? Me desnudaste de la fe que yo tenía, para vestirme de una fe que nadie me podrá arrancar. Admirable es tu modo de enseñar.»

Hasta aquí su relato. Así es. Dios enseña con pruebas, y las pruebas suelen apuntar en cada uno a lo que más le pueda doler. Es importante saber que es una prueba permitida y presenciada por Dios, que espera que yo salga vencedor. Tú también tendrás en tu vida las tuyas. O nos destrozan y acaban con nuestra santidad, o salimos de ellas más fuertes y con una felicidad por encima de todo.

Por eso dice la Escritura: Todo es bueno, para aquellos que buscan a Dios.Romanos 3, 28

Al que venza le concederé sentarse conmigo en mi trono, como también yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. Apocalipsis 3, 21

 Espíritu Santo, que sepa pelear contigo aunque no te vea cerca en los momentos duros o difíciles, aunque me sienta solo, como colgado y sin apoyo. No permitas que jamás me separe de ti. Dame la fuerza de saber esperar y serte fiel en las temporadas malas. Me cuesta decírtelo, pero lo hago: quiero y amo esas pruebas, porque sé que son el camino, la forma que tú tienes de darme lo mejor, y de llevarme a ti. Que en los momentos de oscuridad y de especial dureza, estés dentro de mí haciéndome ver que son momentos buenos para mi conversión y nacimiento a la nueva vida que me quieres dar. Gracias.

DÍA 9: 30 MAYO

9. Dones del Espíritu Santo

Ya tenemos claro que el Espíritu Santo es nuestro, nos lo ha dado Dios. Y cuando uno vive con él su vida, cuando le trata, el Espíritu le hace unos regalos o dones. Los dones del Espíritu son el don de ciencia, consejo, inteligencia, sabiduría, piedad, fortaleza y temor.

Cuando santa Teresa de Ávila fue denunciada y acusada ante la Santa Sede por gente que buscaba hundirla, ella dice a su director espiritual: «Os doy mi palabra que cada vez que me entero de que alguien ha hablado de mí desfavorablemente, me pongo a rezar por esa persona a Dios y le suplico que aleje   el corazón y la boca de ese hombre de toda ofensa contra él. Después ya no lo miro como alguien que desea mi mal, sino como un ministro de Dios nuestro Señor, escogido por el Espíritu Santo como intermediario para hacerme el bien y ayudarme a realizar mi salvación. Creedme, la lanza mejor y más fuerte para conquistar el cielo es la paciencia. Ella es la que hace al hombre poseedor y dueño de su propia alma, como dijo Nuestro Señor a sus Apóstoles.»

Y al escuchar una acusación más fuerte contra ella, dice sonriendo: «Yo misma me habría portado mil veces peor si el Señor no me hubiera tenido de su mano. Lo que me da más pena y lástima es el daño que hace a su alma quien tales cosas dice. En cuanto a mí, acusada falsamente, no me hace más daño que el de proporcionarme una ocasión de merecer.»

Esto que hace santa Teresa no es normal, pues por esas acusaciones podía acabar encerrada en prisión y sufrir torturas. Pero con el regalo del Espíritu Santo que llamamos don de Ciencia ella se comportaba de una manera divina, sobrenatural; como Cristo, por encima de lo normal. Y lo hace de una manera natural: así le sale, así lo entiende ella.

Cuando algo me hace sufrir, me tratan in- justamente, piensan mal de mí sin motivo... o sencillamente algo no sale como yo quería, me duele la cabeza, pierdo una cosa, me hacen perder tiempo, me falta dinero, me insultan, tengo hambre y la comida está quemada, llueve el día que estreno los zapatos o me pillo un dedo con la puerta, tengo frío, calor, sueño o estoy incómodo... el don de Ciencia me ayuda a ver que, para los que queremos amar a Dios todo eso es bueno: es un atajo para ser santo más rápidamente, un modo de coger la cruz ese día, es algo que me ayuda a correr o a volar hacia la santidad, es la forma real de amar... Todo esto son pequeños tesoros.

Por eso dice la Escritura: Mis pensamientos no son vuestros pensamientos y mis caminos no son vuestros caminos. Tanto como los cielos están por encima de la tierra, así de distantes están mis caminos por encima de vuestros caminos y mis pensamientos por encima de vuestros pensamientos. Isaías 55, 8

 Espíritu Santo, ayúdame a juzgar las cosas que me ocurren, no de la forma natural de cualquier hombre, sino como las juzgas tú. Que nunca proteste: que vea que eso es un tesoro y que lo lleve con una sonrisa y agradeciéndotelo por dentro. Y por favor, Espíritu divino, dame tus dones: el don de ciencia, consejo, inteligencia, sabiduría, piedad, fortaleza y temor. Aunque no los merezca, los necesito para servirte y adorarte como mereces, para vivir contagiando a quienes tengo al lado, para amar el mundo y la vida como tú los amas. Gracias.

DÍA 10: 31 MAYO

10. Los frutos del Espíritu

Jesucristo es la vid, y nosotros los sarmientos. Y quiere Jesús que los sarmientos den frutos. Esos frutos que el Espíritu Santo da en el alma del cristiano son el amor, la alegría, la paz, la paciencia y la longanimidad, la bondad y la benignidad, la mansedumbre y la fidelidad, la modestia, la continencia y la castidad.

Recuerdo un campamento en el que estuve con un grupo de montañeros. Ya el segundo día uno de ellos fue apodado con este elocuente sustantivo: electrón. Todos le llamaban así por su marcada carga negativa: a veces lo pasaba bien y entonces estaba contento, pero el resto del tiempo estaba quejándose, amargado y amargando al resto. Al explicárselo consiguió pasar a ser neutrón: por lo menos estaba callado. Con el tiempo y la oración llegó a ser un auténtico positrón.

Todos queremos divertirnos, o mejor, ser felices y estar contentos. Pero es frecuente encontrar personas que sólo se divierten, son felices y están contentas cuando las cosas van bien y salen como ellas quieren. Ésa es gente que no tiene el fruto de la alegría. Mientras se distraen con planes buenos pueden reírse más o menos a gusto. Pero no son felices, aunque sí que lo pasan bien algunos ratos.

Es el caso, por ejemplo, de los que están toda la semana esperando el fin de semana para ser felices, al menos, dos días y medio. Pero no son felices; sólo lo pasan bien, y lo pasan bien mientras dura el fin de semana. «¡Como lo he pasado!...», dicen; pero ya ha pasado, el problema es que no son felices. La alegría es un fruto, algo que uno se encuentra dentro, y de forma permanente, independientemente del plan y de cómo salgan las cosas... ¡es feliz! Eso es fruto del Espíritu Santo.

Me emocioné en una ocasión hablando con una chica. Tenía problemas serios en su familia, y una enfermedad muy dolorosa: apenas dormía ni podía estar sentada. Sin embargo, hacía una vida normal a los ojos de todas sus amigas. Le pregunté cómo se encontraba. Me respondió:

—Dolores... muchos y fuertes; ¡pero feliz! Ése es el fruto de la alegría.

Sana o enferma, lunes o sábado por la tarde, haciendo un recado o en el cine, con gen- te aplaudiéndole o haciéndole «vacío», en un pueblo perdido o en Disney World... es feliz, está contenta.

Y eso es posible, con el Espíritu Santo, porque la alegría es el descanso de la voluntad en la posesión de la persona amada: en Dios, y en los demás por Dios. Es un fruto del Espíritu.

Por eso dice la Escritura: Alegraos siempre en el Señor, os lo repito: alegraos. Filipenses 4, 4

Espíritu Santo dame todos tus frutos, y en concreto el de la alegría. Pero que se me meta en la cabeza que no la encontraré buscándola directamente con mis medios, sino que será un fruto que tú me darás si pongo mi cabeza y mi corazón en ti, y en los demás por ti; si mi vida la vivo contigo. Gracias. Santa María, Causa de nuestra verdadera alegría, ruega por nosotros.

Oración Final


 

¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de amor!
Desciende sobre mí,
para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo.
Que yo sea para él una humanidad suplementaria,
en la que se renueve todo su misterio.
Y tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya,
cúbrela con tu sombra y no veas en ella sino a tu Hijo amado,
en quien tienes tus complacencias.

Amén.